25.8.16

El tiempo de las gimnastas


Primero, es un murmullo, el nombre de una ciudad, luego una serie de discursos. Crece, se multiplican las cuentas regresivas, los comentarios acerca de la falta de una política nacional sostenida en el tiempo que apoye a los atletas. Atletas. Cada vez más cerca, la Nación de los Atletas va ocupando el principal escenario. Serán ellas y ellos, únicos, diferentes, veloces, fuertes (algunos, cruzando el límite de las drogas y las hormonas), tenaces, raros, los que ganarán las pantallas de la televisión. 

Cada vez más, hasta que volvemos a descubrir el llamado de la belleza.

Cada cuatro años, ocurre más o menos lo mismo.  
Admiraré la destreza en el agua, en la tierra y en el aire de esos cuerpos híper entrenados, que llevan el estigma de su práctica al límite, cada cuerpo como la onda expansiva de su disciplina.

Y cerca del final de los juegos, cuando uno es como un viajero aturdido en una ciudad colorida (los Juegos de Río latían de belleza como pocas veces), una ciudad llena de orientales esplendores, ya un poco cauterizado por ver hasta dónde lo inalcanzable será objetivado en una marca temporal, una marca que será cada vez más infinitesimal y cada vez más abierta, como si el tiempo de los atletas modernos fuera un tiempo mesiánico por el que en cada milésima (ya no un segundo) pudiera entrar el nuevo Vencedor; un tiempo contraído que estallará cuando el tiempo de los atletas llegue a su fin, cerca del fin del show, pero también cada vez más cerca (en la cesura del tiempo olímpico entre record y record) del evento que clausurará el tiempo del espectáculo, en ese tiempo más breve, es cuando vemos aparecer a las princesas del tiempo: son aquellas que custodiaron el fluir de las aguas, las que permanecían junto a la tierra antes de los primeros oráculos; ahora, las gimnastas rítmicas.


Entre aparatos (recursos metódicos), los elementos apolíneos (modernos) que acompañan y metrifican la belleza de sus pasos fugaces, vestidas en malliots hechas con dedicación manual, en las que la artesanía las deja cargadas de atribuciones y símbolos (como ocurre con los vestidos de las comparsas del litoral, donde hay bordadas una matemática vaga y suficiente) en la brillantina precisa, la pedrería que imita el juego de la luz sobre la superficie del agua, en el juego de luces que como ellas combina el momento antes del vuelo de un pájaro (tienen que estirarse hasta no tocar el suelo, en la línea de fuga de su cuerpo) con la caída de una piedra (caer con la intención muda e insensible): en ese arco, dominar la tensión muscular de una brisa.

Tan naturales como las rimas de Góngora o las obras para piano de Debussy, un libro de imágenes, de apariciones fugaces y una armonía evanescente, sometidas al ascetismo de la práctica y el renunciamiento (una de ellas, una de las mejores, decidió muy jovencita someterse a una operación de corazón para poder seguir donando su cuerpo a esta fuerza). Su mimesis indirecta, hecha de ritmos y torsiones delirantes, apela a una imaginación mediada, entre la significación y el movimiento (como la música se mueve entre el sonido y la significación, entre la cinética (semiótica) y la gimnasia (semántica)) en un cuerpo transfigurado, llevado más allá de su figura. Aunque de todas maneras, la realización va en paralelo a la música, como el ballet o la danza; ellas están ahí, junto a la música, pero realizan una coreografía, no la música. Sería una experiencia muy fuerte ver el movimiento de las gimnastas rítmicas sin una música otra que la música de sus respiraciones, el silencio cargadísimo de las fricciones, la respiración, la huella de los pasos y el sonido entre salto y salto, como caminantes de otro mundo trazando una melodía de objetos, roces, respiraciones; una armonía de algunos segundos (en la transmisión comentaron que la música más elegida por las gimnastas mundiales es el tema de La lista de Schindler, compuesta por John Williams, y las cinco magníficas rusas consiguieron la medalla dorada “al ritmo” de un fragmento de La consagración de la Primavera de Stravinsky).

Rusia es la madre de estas chicas trazadas por una disciplina moral que creció bajo la URSS. Fue muy tardíamente agregada a las disciplinas olímpicas. Su carácter híbrido (danza, gimnasia, ballet) puede resultar poco atractivo para las almas clásicas, pero recordad y prestad atención: es el dios Apolo (que no ha muerto) el que rige el devenir de estas muchachas. A través de sus aparatos, les impone el metro riguroso, la breve cárcel de lo que gravita (una cinta que ondula).

Este lujo corporal y el rigor métrico es una nota barroca (¿el barroco soviético se imprimió sobre los cuerpos de las gimnastas, una vez muertas todas sus poetas?) que acabará cuando acabe el tiempo de las gimnastas.





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